Con una obra habitable, la argentina Celina Eceiza sorprende en la Bienal de Estambul
ESTAMBUL.- Apenas la artista argentina ...
ESTAMBUL.- Apenas la artista argentina Celina Eceiza puso un pie en la ciudad comenzó a trabajar a ritmo vertiginoso para presentar su instalación en la Bienal de Estambul. Llegó a la madrugada y unas horas después ya había empezado la obra que le demandó un mes y medio en la antigua Bizancio, que más tarde fue Constantinopla. Nacida en Tandil en 1988 y criada en Mar del Plata, Eceiza, parte del staff de la galería Moria, tuvo su primera muestra individual en un museo argentino en el Moderno en 2024. Avezada con la costura, dio sus primeras puntadas cuando empezó a hacer su propia ropa porque no le gustaba lo que le ofrecían las tiendas.
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La Bienal de Estambul, cuya primera fase continuará hasta el 23 de noviembre con entrada gratuita, celebró sus primeros días en paralelo con la feria Contemporary Istanbul. Aquí, Eceiza presenta una instalación textil inmersiva, en Zihni Han, un edificio construido en 1930 como sede de una agencia naviera y reconstruido en 1973 en cinco plantas en Tophane, un muelle histórico que conecta Estambul con el Mediterráneo Oriental. En medio del extenso proyecto Galataport que transformó la zona, Zihni Han conserva su estructura original y fue recientemente renovado para la Bienal.
Con curaduría de Christine Tohmé y titulada El gato de tres patas, la 18.ª Bienal de Estambul en verdad durará tres años, hasta 2027. Como curadora, Tohmé diseñó numerosos programas interdisciplinarios, incluidos Home Works: A Forum on Cultural Practices, y la Bienal de Sharjah multi-ciudad 13: Tamawuj. Su trabajo fue galardonado con el Premio Unesco-Sharjah para la Cultura Árabe (2018) y el Premio Príncipe Claus (2006), entre otros. Es miembro de las juntas directivas de la Asociación Internacional de Bienales y de Haven for Artists, una organización cultural feminista con sede en Beirut, donde vive y trabaja.
Hasta el próximo 23 de noviembre de este año, presenta una exposición con casi medio centenar de artistas de todo el globo, además de performances, proyecciones y charlas en torno a la autoconservación y el porvenir. Las distintas exposiciones se distribuyen en ocho edificios históricos, desde la escuela griega de Gálata, ubicada en Karaköy, hasta un edificio de cuatro plantas que antiguamente servía como bodega de vinos de la comunidad griega de la ciudad, y el jardín del antiguo orfanato francés Saint-Joseph.
La segunda etapa de la bienal, en 2026, se dedicará a la creación de una academia y a la colaboración con iniciativas locales en una serie de programas públicos. En 2027, la bienal presentará una ronda final de exposiciones y talleres.
El nombre El gato de tres patas hace referencia al felino venerado en Estambul: cientos de miles de gatos que llegaron en barcos de carga hace siglos viven aquí y dejan su herencia imborrable. Pasean por las calles y la gente los cuida y alimenta, incluso hay casitas para ellos en algunas veredas y plazas. El gato de tres patas simboliza la resiliencia, la adaptación y la supervivencia.
“Lo que el edificio descartaba, lo tomé para mi obra”En Zihni Han, Eceiza trabajó, junto con tres asistentes turcos, en un anexo que era una antigua cafetería. Como en el sitio no había suficiente espacio para secar las telas, las colgaba en percheros de pie en la calle. “Fue una experiencia hermosa, la gente se acercaba para preguntar, también se asomaba por la vidriera”, cuenta la artista, quien trabajó con materiales encontrados en el mismo lugar. Como el edificio estaba en obra, Eceiza recolectó caños, baldes con pintura, plásticos, cartones, entre otros elementos. “Lo que el edificio descartaba, yo lo tomaba para la obra”, señala. También usó cáscaras de palta secadas al sol que trajo desde Argentina.
Las arquitecturas blandas de Eceiza son para disfrutar, para experimentar con el propio cuerpo. Cada participante–espectador las hace suyas de diferente modo. En sus instalaciones, creadas principalmente a partir de textiles hechos a mano, Eceiza concibe “el espacio como un órgano metabólico, capaz de absorber y procesar diferentes estados físicos y psicológicos, así como diversas prácticas, creencias, deseos y rituales”.
En Estambul, presenta Un nido es un fruto que se hincha, una arquitectura habitable inspirada en el concepto de hospitalidad. Es una instalación inmersiva hecha íntegramente con telas y materiales encontrados en esta ciudad. Los textiles invitan a una “casa abierta” para descansar y reposar. Es posible recostarse en las telas colocadas en el piso, relajarse en unos almohadones o perderse entre texturas. Hay libros, lámparas, alfombras: un universo entelado, barroco y exuberante. Utilizando algodón crudo teñido, arpillera, toallas y telas recicladas, la instalación crea un ecosistema singular.
“Trabajé con lienzo crudo, una tela barata y accesible de comprar, dice la artista en diálogo con LA NACION. Los visitantes caminan sobre alfombras cosidas a mano, se recuestan en colchones, bordados y alfombras pintadas, descansan entre almohadones y poemas. El espacio entero está cosido con cuidado: muros cubiertos de dibujos en carbonilla y pastel tiza sobre lienzo de algodón crudo, telas teñidas y bordadas, y figuras en patchwork suspendidas.
La instalación marca un contraste con lo que ocurre en la calle. Es un espacio silencioso, que invita a ver de otro modo. Si bien las obras pueden apreciarse de pie, la experiencia de acostarse entre las telas para capturar detalles es imperdible. Sus piezas resuenan en esta polis de arquitectura magnificente, que posee sitios deslumbrantes como la Mezquita Azul, construida en el siglo XVII durante el reinado del sultán Ahmet I, que contiene 21 mil azulejos de cerámica de ese color destellante. O el Palacio de Topkapı que, con una superficie de 700 mil metros cuadrados, está rodeado por una muralla bizantina: simboliza el poder que alcanzó Constantinopla como sede del Imperio Otomano. O la mezquita de Santa Sofía, que conjuga elementos cristianos e islámicos que evidencian la historia de este sitio que no descansa jamás.