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Entre la promesa y la realidad: la inteligencia artificial y la política en 2024

No hubo un día de 2024 sin noticias sobre inteligencia artificial en las redes y los medios. Muchas veces en modo oráculo: “Según la inteligencia artificial, así vamos a ser felices”; “es...

No hubo un día de 2024 sin noticias sobre inteligencia artificial en las redes y los medios. Muchas veces en modo oráculo: “Según la inteligencia artificial, así vamos a ser felices”; “estos son los lugares que tenés que visitar según la IA”. La inteligencia artificial hasta arrasó con los Premios Nobel de Física y Química, por sus aportes para entender las redes neuronales y las estructuras de las proteínas. De repente, la IA parece impregnar todo a nuestro alrededor. ¿Y qué pasó con la política? ¿Logró la IA ayudarnos a transformar la forma en que gestionan los gobiernos? ¿Cuánto influyó en las elecciones? Aquí, cinco aprendizajes de lo que vivimos en 2024 y qué esperar en 2025.

Desinformar en elecciones: el apocalipsis que no fue

La candidata presidencial (ahora presidenta de México) Claudia Sheinbaum te explica en un spot de campaña cómo ganar mucha plata haciendo estafas piramidales. El presidente de Estados Unidos Joseph Biden llama por teléfono a miles de simpatizantes de su partido para pedirles que no vayan a votar en la elección primaria. ¿Cómo es posible? No lo fue. Eran la imagen alterada de Sheinbaum y la voz clonada de Biden. Fueron dos ejemplos concretos de usos de inteligencia artificial para desinformar y difundir información falsa. Este 2024, el auge masivo de los modelos generativos coincidió con un súper ciclo electoral en el que las democracias más grandes del mundo concurrieron a las urnas, desde la India y Brasil a Estados Unidos y la Unión Europea. Comenzamos el año asediados por vaticinios de que la desinformación generada con IA -que facilita crear y difundir información falsa- iba a provocar una disrupción sin precedentes en el funcionamiento de las elecciones. Y si bien hubo muchísimos casos de desinformación alrededor del mundo generados con IA, no parece haber sido de magnitud relevante -ni mucho menos catastrófica- y convivió con usos más mundanos e inocuos, como el de crear contenidos de humor para generar empatía y espíritu de militancia entre los propios simpatizantes.

¿Esto significa que no deberíamos preocuparnos? No. Varios estudios sobre las elecciones de este año encontraron un impacto de la IA más silencioso pero no menos nocivo: la IA viene a reforzar un ecosistema informativo confuso y cada vez menos confiable para las audiencias. No sabemos ya qué es falso y qué es verdadero y terminamos creyendo cada vez menos sin importar su origen. De hecho, un interesante estudio del Instituto para el Diálogo Estratégico sobre las elecciones presidenciales de Estados Unidos encontró que los votantes ¡percibían al contenido auténtico como generado por IA con mucha más frecuencia que al revés!

No todo lo que reluce es oro: hace falta más que un avatar para reinventar la política

Durante la campaña electoral en el Reino Unido, que también vivió elecciones en 2024, un candidato por la ciudad de Brighton logró repercusión global: el empresario Steve Endacott anunció que era el primer “candidato IA” del mundo y que no pedía el voto por él sino por su avatar, AI Steve. Lanzó un chatbot que respondía consultas del electorado a cualquier hora del día y que había sido entrenado a partir de su plataforma y discursos. La Comisión Electoral tuvo que salir a aclarar que los candidatos virtuales no pueden asumir las bancas por lo que, de ganar AI Steve, asumiría la banca el Steve de carne y hueso y no un avatar. Pero Endacott sacó solo 179 votos y la candidata que ganó ¡cosechó más de 20.000 votos! Dado que su idea se volvió viral, probablemente haya sido una exitosa campaña de marketing, pero muestra los límites de la fascinación por la tecnología en sí misma y del “ponele IA a todo” en el que estamos inmersos, en el furor que acompaña el momento eureka de toda innovación tecnológica (la famosa curva de Gartner). Sírvase como advertencia para consultores políticos de cara a nuestras elecciones 2025 cuando recomiendan a dirigentes “mostrarse asociados a la IA”. Sin lugar a dudas, la IA puede hacer mucho por la eficiencia de la gestión (y estamos haciendo muy poco aún) pero si algo aprendimos en este súper ciclo electoral es que la ciudadanía exige autenticidad. Como cualquier desarrollo tecnológico, tiene que venir a resolver un problema, no solo a mostrarnos a la moda.

De los expedientes a los algoritmos

2024 fue también un año de experimentación en los poderes judiciales, un ámbito de enormes posibilidades de eficientización y mejora, especialmente en nuestra región, donde el desigual acceso a la justicia es una de las mayores inequidades. En el mundo se multiplicaron las aplicaciones que buscan facilitar gestiones judiciales fáciles sin tener que recurrir a un abogado, por ejemplo, para reclamar por una infracción de tránsito que no fue cometida o para ayudar a tramitar un divorcio en buenos términos. También surgieron usos problemáticos, como ocurrió en un alto tribunal de Brasil que emitió una sentencia que citaba fallos inexistentes resultado de alucinaciones de Chat GPT. Estos incidentes motivaron a varios poderes judiciales a establecer reglas sobre el uso responsable de la IA. Tal es el caso de Colombia, país con adopción creciente desde hace varios años de IA en su sector público. La IA puede dar una enorme oportunidad a los desprestigiados poderes judiciales en Argentina y varios tribunales del país ya están desarrollando experiencias piloto.

¿El fin de la castIA?

Uno de los principales dilemas sobre la inteligencia artificial es acerca de cuánto va a redefinir nuestros trabajos y si estará a la altura de su promesa de aumentar la productividad (¡y en cuánto tiempo!). En esos debates se visibiliza poco a un sector que alberga a grandes empleadores, el sector público. La IA no solo puede optimizar la provisión de servicios públicos (por ejemplo, en salud, educación o transporte), también puede mejorar la rendición de cuentas, es decir, cómo los gobernantes explican qué están haciendo con el dinero público y por qué toman ciertas decisiones. Por ejemplo, a través de herramientas que analizan grandes volúmenes de datos y permiten identificar irregularidades y posibles anomalías. De hecho, un ambicioso estudio que se publicó este año para el G7 de Italia encontró que el 20% de las experiencias de adopción de IA en el sector público en ese club de países tiene como objetivo mejorar la rendición de cuentas y los mecanismos de integridad. Del otro lado de la moneda están los riesgos y los posibles malos usos y eso requiere establecer algunas restricciones y exigencias como la transparencia algorítmica (saber cuándo interactuamos con una IA y para qué decisiones el Estado las usa). Y en un contexto de crecimiento de las autocracias, las herramientas de IA son un arma muy poderosa para la vigilancia y la violación de la privacidad y la libertad.

En América Latina, la incorporación de la inteligencia artificial en la gestión estatal es incipiente, pero en expansión. Un estudio sobre Chile acerca de los posibles impactos en el mercado de trabajo que fue recién publicado y es pionero en la región muestra que uno de los empleos con más potencial de aceleración vía la IA generativa es el de los empleados públicos.

Si hay foto, hay video: si hay nueva tecnología, hay debate sobre su regulación

En 2024 se aprobaron varias leyes significativas para normar el uso o desarrollo de la IA, luego de una primera etapa global de recomendaciones y estándares promovidos por organismos internacionales, como UNESCO y OCDE, pero sin la fuerza de la ley. Vieron la luz durante 2024 la ley de la IA de la Unión Europea, un paquete de leyes en el Estado de California, la tierra madre de las grandes empresas tecnológicas de Occidente, importantes regulaciones en China y en numerosos países más. Un importante foco de varias de estas normas reside en la protección de los menores de edad frente a su exposición a contenido generado por la IA. También dieron pasos concretos las iniciativas de coordinación regional, tanto en África como en América latina. En la región, la novedad más significativa es la reciente aprobación de una ley muy ambiciosa en el Senado de Brasil (que deberá ser tratada ahora en Diputados). Dado el carácter tan reciente e incipiente de la adopción, el debate sobre cuál es la mejor estrategia regulatoria está abierto y los avances a la fecha muestran que los objetivos de legislar pueden ser muy variados y no solo buscar prohibir los usos peligrosos sino también promover la adopción y la innovación responsable. No tenemos evidencia aún que nos permita saber cuál será la estrategia de regulación más efectiva y cada país tiene el desafío de diseñar un esquema que se adapte a sus ventajas competitivas en el sector, sus oportunidades de crecimiento y su idiosincrasia cultural.

En la Argentina, hay más de 25 proyectos de ley presentados en el Congreso de la Nación con objetivos y alcance muy diversos. Lo que está claro es que la efervescencia regulatoria conlleva el riesgo de legislar a las apuradas. Estar atentos a los riesgos no debe hacernos perder de vista que como en toda fase de innovación tecnológica, el potencial de crecimiento y de salto de productividad es significativo pero la innovación no garantiza la adopción masiva, especialmente en los sectores más rezagados. El uso cotidiano de la inteligencia artificial en los procesos productivos y las tareas diarias de nuestra economía y sector público está mucho más lejos de lo que sugiere la euforia que nos rodea.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/economia/IA/entre-la-promesa-y-la-realidad-la-inteligencia-artificial-y-la-politica-en-2024-nid27122024/

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