Fatales elecciones intermedias
Allá por 1987 vivíamos los esperanzados tiempos del retorno democrático en toda la región y, en ese contexto, las visitas recíprocas a nuestros países hermanos eran ocasión de particular reg...
Allá por 1987 vivíamos los esperanzados tiempos del retorno democrático en toda la región y, en ese contexto, las visitas recíprocas a nuestros países hermanos eran ocasión de particular regocijo. Había problemas, pero nos sentíamos parte de un mejor futuro en construcción. Uruguay recuperaba su tradición democrática y salíamos al mundo a proclamarlo, mostrando nuestra cultura y acompañado el presidente con representantes de los tres poderes del Estado y aun de la oposición parlamentaria. Así fue que programamos como una gran fiesta nuestra llegada a Buenos Aires, con una exposición de arte uruguayo incluida, que reunía a los seis maestros mayores, de Blanes a Torres García y Cúneo. Ocurrió, sin embargo, lo que no debía ocurrir, lo que no estaba pensado: una elección parlamentaria el domingo 6 de septiembre, con una derrota del radicalismo.
Cuando llegamos, diez días después, el gobierno lamía sus heridas. Había perdido la mayoría en el Congreso y cinco de sus siete gobernaciones, elegidas en 1983, incluso la provincia de Buenos Aires, donde nuestro amigo Juan Manuel Casella fue superado por Antonio Cafiero, que aparecía con un rostro renovado del peronismo.
Para Alfonsín fue un golpe fuerte. Lo enfrentaba con su entereza de siempre, no obstante adolecer la herida. La popularidad del Juicio a las Juntas Militares se había diluido con las leyes de obediencia debida y punto final. Las rebeliones “carapintadas” no solo habían erosionado la imagen del presidente, sino que también habían creado un ambiente de inseguridad que se proyectaba hacia lo económico, donde una caída de los precios internacionales y el peso de la deuda externa encendían amenazantes luces amarillas. Al perder la mayoría parlamentaria, además, se cayeron proyectos tan emblemáticos como el de llevar la capital del país a Viedma, una revolucionaria propuesta que, al modo de Brasilia, intentaba cambiar el eje geográfico de la administración. A partir de esa elección, la estrella de nuestro querido amigo Raúl dejó de titilar con la luz de 1983 y se desvaneció en un melancólico final cuando tuvo que entregar el poder antes de terminar el mandato. Felizmente, ese gran gentilhombre que es el tiempo modifica la fotografía, borra algunas imágenes, decolora otras, resalta las que poseen el valor de lo clásico, y ahí nos encontramos hoy, todos los rioplatenses, con el político de la honestidad y el restaurador de la democracia.
El hecho es que, cuando llegamos a Buenos Aires, no había fiesta. Aunque todo se hizo como estaba programado, las reuniones fueron excelentes y nuestra exposición un éxito. Políticamente, sin embargo, Menchi Sábat resumió el clima del momento en una demoledora caricatura en que estoy saludando a Alfonsín, ataviado con un sombrero negro y un velo cubriendo el rostro, transformado en inconsolable viuda.
Todo esto viene a cuento de la elección que mañana vive la Argentina y en la que, sin entrar en especulación alguna sobre favoritismos para un lado o para el otro, el Gobierno juega su destino. Y eso nos parece tremendamente negativo desde el punto de vista político e institucional, aunque el resultado sea, en el caso, ampliamente favorable. Por ello, desde siempre hemos militado con fervor contra todas esas elecciones en medio del período. En las numerosas ocasiones en que he trabajado en reformas constitucionales en Uruguay –algunas importantes, como la de 1967, y otras enmiendas más parciales–, siempre apareció alguna propuesta de ese tipo. Invariablemente, estuvimos radicalmente en contra.
Magistralmente lo plantea Natalio Botana en La experiencia democrática cuando comenta que las elecciones intermedias determinadas por la Constitución nacional son “un sistema que, incentivando campañas electorales permanentes y cruzándose con las crisis económicas y la rapidez de la participación social, afecta también a la gobernabilidad. Son hechos que ponen de nuevo en agenda dos dimensiones de la democracia: la democracia electoral, hoy adquirida pese a los problemas que hemos señalado, y la democracia institucional, que se identifica, en términos teóricos, con una ciudadanía que ejerce sus derechos conforme a reglas estables y previsibles”.
La Argentina tiene un sistema federal que naturalmente conlleva las condiciones propias de la autonomía provincial, la que en 1815 definieron las provincias de la Liga (Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Provincia Oriental) como “soberanía particular de los pueblos” y luego terminó configurando el perfil institucional de la Argentina. Más allá de esa realidad a respetar, está la necesidad de un gobierno nacional que tiene que funcionar, responder a exigencias de coyuntura tanto como a lo que hace a su mirada hacia el futuro, a proyectar realizaciones que en ocasiones incluso exceden un período de gobierno, incidiendo en la estructura económica o social del país.
El gobierno de Macri también pagó un tributo a la elección intermedia, que lo obligó a postergar determinadas medidas que, por su posible impopularidad, lo hubieran comprometido seriamente.
Personalmente, soy un entusiasta de las elecciones. Pocas cosas me gustan más. Pero es como todo exceso: una buena copa de malbec de Mendoza es una maravilla; tomarse la botella es lo mismo que embriagarse de política, no tener un día sin que el gobierno esté asediado por la exigencia electoral y tener que administrar solo cortos plazos, en medio del griterío y las propagandas. Un gobierno comienza con una “cierta idea” del país, como decía De Gaulle, con un programa pensado para todo su período. Si lo tiene que someter a escrutinio cada dos años, no hay modo de que se trabaje con la serenidad que imponen las circunstancias.
“Sin duración no hay legitimidad”, decía Benjamin Constant, y esa es una exigencia de la democracia institucional que menciona Botana. No se puede gobernar a los saltos. Ni se puede vivir en campaña permanente.
Da para pensar.
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/fatales-elecciones-intermedias-nid25102025/