“Fue una farsa”. Los detalles menos conocidos de la detención de Pinochet: la obsesión por Napoleón, el rol de Thatcher y un error garrafal
La noche del 16 de octubre de 1998 una lluvia persistente cubría Londres. El capitán Juan Gana, escolta personal de Augusto Pinochet, hacía guardia en la puerta de la habitación del general en ...
La noche del 16 de octubre de 1998 una lluvia persistente cubría Londres. El capitán Juan Gana, escolta personal de Augusto Pinochet, hacía guardia en la puerta de la habitación del general en The London Clinic. Afuera, el mundo diplomático hervía: desde España habían enviado la orden de detener al ex dictador para interrogarlo por los delitos de genocidio, terrorismo y torturas. Adentro, el autoproclamado “senador vitalicio” dormía bajo el efecto de sedantes, ajeno a su destino.
Días antes, Pinochet había cancelado su vuelo de regreso a Chile. Un dolor insoportable en la espalda lo había llevado a aceptar una operación de alto riesgo en Londres, contra el consejo de su familia y de su sucesor en el Ejército, el general Ricardo Izurieta.
“El destino había puesto su primera piedra para retener a Pinochet en Londres”, coinciden los periodistas chilenos Mónica Pérez y Felipe Gerdtzen. En su libro Augusto Pinochet: 503 días atrapado en Londres, reconstruyen la detención del dictador en la capital británica. El suceso marcó un punto de inflexión en la vida del “todopoderoso” Pinochet pero también en la justicia internacional.
-Gerdtzen, ¿qué los llevó a escribir este libro juntos?
-Mónica y yo vivíamos en España. Ella era corresponsal de la Televisión Nacional, especialista en el caso Pinochet -en particular en el juicio que se seguía en España- y conocía bien el sistema inglés. Yo estaba estudiando, tenía 27 años, y sin decir que fuera un experto, me convertí en un buen conocedor del tema.
La previa-Antes de hablar del arresto, ¿qué hacía Pinochet en Londres y cómo se enteró la justicia española?
-Pinochet sentía que en Inglaterra tenía una protección “natural”: por su cercanía con Margaret Thatcher durante la Guerra de las Malvinas y por sus vínculos con el mundo militar británico. Tras dejar la presidencia fue comandante en jefe del Ejército y luego senador institucional -o “designado”, le decían-. En esos años viajó muchas veces a Reino Unido, donde tenía una gran relación con empresas de armamento y también un círculo de amistades que lo recibía con honores. Estos viajes eran algo nuevo para él.
-De pronto, el dictador retirado descubrió el placer de viajar.
-Exacto. Como presidente viajó muy poco y todos sus viajes fueron un desastre: en muchos países no era bienvenido, lo veían como un riesgo. Es famosa la historia de un viaje a Filipinas que debió cancelar a mitad de camino, en pleno vuelo, por presiones diplomáticas de los Estados Unidos. Un fracaso. En cambio, como Comandante en Jefe solía ir a Reino Unido, donde lo trataban “como a un rey”. Con el tiempo, se movía en Londres como si fuera casi un británico más.
-Con absoluta impunidad.
-No es una cuestión menor, porque en su cabeza estaba la idea de que no le iba a pasar nada. Además, porque él iba como en una “misión oficial”, a ver armas para el ejército. El Estado chileno le había dado un pasaporte diplomático. Entonces con eso, él sentía la tranquilad de que podía ir sin problema.
-¿Con quién viajaba?
-Dependiendo del viaje, pero en general iba con su señora. Eran viajes largos, porque además el tenía un círculo social.
-Pero el viaje de octubre 1998 fue distinto...
-Hubo tres cosas que lo que llevaron a cometer un error garrafal. La primera es que él ya no era Comandante en Jefe del Ejército, uno de los cargos que había retenido aun después de dejar la presidencia. En 1998 era senador. Aunque estuviera invitado a ver armas, ya no tenía un cargo asociado a la compra de armas. El segundo error fue que él llevaba mucho tiempo con insoportables dolores de espalda y en Chile nadie lo quería operar porque tenía casi 80 años. Si llegaba a morirse en la operación... ¡Era un riesgo! Pero él consiguió un médico que estaba dispuesto a operarlo en Londres. Aunque toda su familia se oponía, él estaba decidido. Así organizó un viaje, para quedarse tres o cuatro meses en Londres y recuperarse allá.
-Dijo que hubo tres cosas que lo llevaron a cometer un error garrafal. ¿Cuál es la tercera?
-Pinochet siempre tuvo una gran admiración por Napoleón. Entonces un día, estando en Londres, se juntó con un gran amigo, un empresario inglés que le propone: “¿Y por qué no vamos a ver la tumba Napoleón?" . Planifica y empieza a tramitar toda la documentación para ingresar a Francia. La información llega a la cancillería francesa. En ese momento, el primer ministro de Francia era Lionel Jospin, que probablemente sea el primer ministro más de izquierda que hubo en Francia de los últimos 40 años. El Servicio de Relaciones Exteriores de Francia alerta de que hay un Augusto Pinochet que estaba presentando una documentación como diplomático para entrar a Francia. Y Francia se la rechaza.
-¿No lo dejaron ingresar a visitar la tumba de Napoleón?
-No. Hay algo que Pinochet nunca entendió: la protección diplomática no la otorga el país que emite tu pasaporte, sino el país que te recibe. Y se la rechazan porque, en rigor, no venía a cumplir ninguna misión diplomática oficial.
-¿Qué pasó luego?
-A partir de ese rechazo empezó a circular con más fuerza —sobre todo en el mundo activista de izquierda— que Pinochet estaba en Europa, específicamente en Inglaterra. Además, una semana antes de su operación se dejó ver comprando en un kiosco o minimarket y alguien le tomó una foto. Esa fue la “prueba” de que estaba en Europa. Él sabía que su presencia en Europa no era un secreto, pero aun así, cuando tuvo la oportunidad de regresar a Chile, no lo hizo porque ya tenía programada la operación. Además, confiaba en que su pasaporte diplomático lo blindaba y que la causa chilena en España estaba casi detenida. En pocas palabras: en su valoración nada podía pasarle.
-Y aparece en escena el juez Baltasar Garzón.
-Sí. Él emitió la orden de detención al Ministerio del Interior británico, que la deriva a la policía un viernes, cerca de las cinco de la tarde. Y tiene su lógica: Garzón calculó que a esa hora la orden entraría en trámite casi automático. Hizo esa apuesta… y le resultó.
En 1998 existían dos causas paralelas en España: la argentina/Operación Cóndor, a cargo del juez Baltasar Garzón, y la chilena, a cargo de Manuel García-Castellón. El viernes 16 de octubre de 1998, Garzón solicitó a las autoridades británicas la detención de Pinochet que fue arrestado en The London Clinic esa misma noche. El 5 de noviembre de 1998, el Pleno de la Sala Penal de la Audiencia Nacional confirmó que España tenía jurisdicción para investigar genocidio, tortura y terrorismo cometidos en Chile y el caso continuó en el Reino Unido, donde la Cámara de los Lores delimitó el alcance de la inmunidad de Pinochet.
-¿Cómo supieron que Pinochet estaba en la clínica?
-Ya se sabía que él estaba en Europa. Pero el fin de semana anterior al viernes 16 de octubre, empezó a circular el rumor de que Pinochet había muerto. Entonces salieron a hacer la aclaración de que estaba vivo y que se había sometido a una operación. Nada más. En el fondo, al querer aclarar esta situación se terminó exponiendo donde se encontraba. Todo el mundo supo que se había operado y que estaba en reposo, inmovilizado. Eso activó a todo el mundo...
El arresto“Esa noche llegó a la clínica un capitán de policía con un grupo para detener a Pinochet. En la puerta de la habitación de Pinochet había una escolta militar, él siempre tenía una. El capitán de la policía británica le pide el arma y le dicen que iban a detener a Pinochet. La escolta no lo podía creer”, cuenta.
-¿Pinochet estaba consiente?
-Estaba medio aturdido. De hecho, pasó un tiempo hasta que entendió que lo estaban arrestando. Le leyeron sus derechos en inglés, pero siempre hubo una traductora. Y la información oficial de que estaba detenido llega a Chile unas horas después.
“La habitación estaba en penumbra.
-Senador, escuche, senador, soy el embajador Artaza. He venido porque he sido informado de que ha sido puesto bajo arresto por una orden de extradición de un juez español. ¿Me comprende?
Pinochet asintió con dificultad.
-Yo voy a comunicar a mi gobierno de esta situación y veré que instrucciones recibo.
Entonces, Pinochet despertó un poco más:
-Embajador, yo he entrado a este país con pasaporte diplomático, no como un bandido. Entré como he entrado muchas otras…
Artaza estuvo con Pinochet no más que un par de minutos". (Extracto de “Augusto Pinochet: 503 días atrapado en Londres”).
-¿Cuál fue la reacción de la autoridades chilenas y el embajador de Chile en Reino Unido al enterarse de la detención?
-En la desesperación, primero hubo una fantasía de tratar de sacarlo de la clínica, rescatarlo, en especie de comando y llevarlo a la embajada que es territorio chileno. Pero enseguida esta idea quedó descartada porque Pinochet no podía moverse de ese lugar. Era imposible. En ese momento, en Oporto, Portugal, estaba la VIII Cumbre Iberoamericana y ahí estaba el presidente de Chile, Eduardo Frei Ruiz-Tagl y el presidente España, José María Aznar, que además eran muy amigos. Esa noche, cuando Frei se entera de la detención, estaban juntos. Y eso cambió toda la relación. Porque hasta ese entonces, la posición oficial era que España no tenía jurisprudencia para juzgar hechos ocurridos en Chile, aunque fueran delitos de lesa humanidad. Pero el arresto ordenado por Garzón lo cambió todo. Frei y Aznar se pelearon a los gritos. Pero por el mecanismo automático de colaboración en materia de extradiciones el gobierno español no podía oponerse. Era la decisión del juez.
-¿Y qué pasó con Pinochet?
-Él queda arrestado y solo. No estaba su esposa ni hija. Y todo el mundo se entera de que estaba arrestado por el juez Garzón de España y custodiado por la policía británica.
De la clínica a un hospital psiquiátrico-¿Cómo enfrentó el gobierno chileno, liderado por la Concertación, la tarea de defender a Pinochet en Londres?
-Fue un momento muy duro. Chile estaba gobernado por la Concertación de Partidos por la Democracia, una coalición que había sido opositora a Pinochet y que incluía a buena parte de la izquierda víctima de los abusos de Pinochet. El embajador en el Reino Unido, Mario Artaza, socialista, se encontró de pronto con que toda su misión consistía en sacar a Pinochet de Londres. Su jefe, el canciller José Miguel Insulza, también socialista, estaba en la misma encrucijada. Entender eso costó mucho incluso dentro de Chile: para muchos, este caso tuvo un alto costo interno, político y emocional.
-¿Qué sucedió con Pinochet?
-Su salud empezó a mejorar, pero ya todo el mundo sabía que él estaba en la clínica y frente al edificio creció el activismo, muchos grupos de protesta con chilenos exiliados en Suecia o en la misma Inglaterra que se congregaban a diario. La clínica -un edificio de cuatro o cinco pisos- vio alterada su rutina: las manifestaciones molestaban a los pacientes y surgió el temor de un atentado. En síntesis, para la clínica Pinochet era, como decimos en Chile, “un cacho”: una molestia y también un riesgo. Pero los médicos no podían darle el alta así como así, de modo que se decidió trasladarlo a una clínica psiquiátrica en las afueras de Londres, con más control y mayor seguridad. En paralelo, su entorno contrató abogados expertos en extradición y derecho internacional. Sabían que el caso iba a terminar ante la Cámara de los Lores y que habría que litigar paso a paso.
-¿Cómo fue la estadía de Pinochet en la clínica psiquiátrica?
-El lugar era muy bonito: una casona grande con parque y lo pusieron en una habitación para que pudiera estar con su señora. Hizo la rehabilitación y volvió a caminar con cierta facilidad. Pero no fue fácil.
-¿Por qué?
-Hay pensar en el personaje: Pinochet se había autonombrado “capitán general” de Chile, un título que comparte, nada menos que con Bernardo O’Higgins, el “padre de la patria”, nuestro San Martín. Entonces, para él la situación de estar en ese cuartito y tener que pedir permiso a un sargento británico para bajar una escalera fue, simple y llanamente, humillante. Además estaba rodeado de gente que tenía problemas mentales y de adicciones... Lo pasó pésimo. Se deprimió.
-Mientras Pinochet se recuperaba el máximo tribunal británico tenía que decidir si Pinochet tenía inmunidad, ¿qué ocurrió en la Cámara de los Lores?
-Fue muy interesante el proceso, porque era un caso inédito. En un primer fallo, en noviembre de 1998, los lores determinaron que no tenía inmunidad para los crímenes de tortura. Fue bastante dramático porque Pinochet pensaba que se iba, perdió en el último voto, tenía todo listo para irse: la maleta y hasta planeado el operativo de seguridad. Se puso muy mal, él tenía “la fe del carbonero”, como decimos en Chile. Pero poco después ese fallo fue anulado, porque uno de los jueces, Lord Hoffmann, resultó tener un vínculo con Amnistía Internacional a través de su esposa y se consideró que había un conflicto de interés. Se realizó entonces un nuevo juicio, y en marzo de 1999 la Cámara volvió a pronunciarse: sí podía ser extraditado, pero solo por los delitos cometidos después de 1988, año en que el Reino Unido adoptó la Convención contra la Tortura. Esa decisión redujo bastante el alcance del proceso, quedaron muy poquitos casos, pero sentó un precedente histórico: fue la primera vez que un ex jefe de Estado era detenido en el extranjero por violaciones a los derechos humanos.
-¿En el medio Pinochet se muda a una casa?
-Sí, cuando salió el primer fallo contrario a Pinochet, en noviembre de 1998, se decidió buscarle una casa para enfrentara el juicio que iba venir, que podía ser bastante largo, donde se iba a tratar la procedencia de la extradición. Le encontraron una casa en Virginia Waters, un lugar que era como un country, un barrio privado. Muy bonito, una casa agradable, que tenía un patio. Ahí él podía ir con su señora y recibir a sus hijos en la casa, porque en la clínica básicamente podía dormir él. Era un lugar más familiar, pero todo tenía que ser autorizado por la policía. Y la policía estaba en la puerta de la habitación, al lado de la escalera. Es decir, si Pinochet quería bajar la escalera para ir salón o al living, tenía que pedir permiso. Si quería dar un paseo por el jardín, también tenía que pedir permiso y cuando salía llegaba un helicóptero para reforzar la seguridad.
-¿Cuál fue el rol de Margaret Thatcher?
-Cuando arrestan a Pinochet y arranca el trámite ante los Lores, se suma a su equipo el abogado Fernando Barros, chileno, que estaba en Londres por un “año sabático”. Muy pinochetista. Él detecta que en Europa Pinochet era visto poco menos que como un “Hitler latinoamericano” y decide había que mostrar otra cara: organiza charlas, reuniones con la esposa de Pinochet y actividades para destacar su obra económica, buscando apoyos británicos de derecha. En ese esfuerzo contacta al entorno de Margaret Thatcher: primero llega una carta de respaldo y luego Thatcher lo visita en Virginia Water. El encuentro fue controlado: lo registró el propio equipo de Pinochet y distribuyó la imagen a la prensa; no hubo cientos de periodistas. Para entonces, Thatcher ya era una persona muy mayor, retirada de la política y no muy popular -el partido conservador quería despegarse de su imagen-: hizo lo que pudo.
La otra salidaDespués que la Cámara de los Lores resolviera que Pinochet no gozaba de inmunidad total como exjefe de Estado y que podía ser extraditado a España pero solo por los delitos de tortura cometidos después del 8 de diciembre de 1988, fecha en que el Reino Unido había ratificado la Convención de la ONU contra la Tortura, los abogados del dictador empezaron a buscar “otra salida”.
“Empezó una conversación directa entre el gobierno de Chile y Reino Unido. El planteo fue, básicamente: “Pinochet es un hombre mayor, está anímicamente frágil; ¿qué pasa si se les muere ahí?”. A partir de ese planteo empezaron a tomar forma las “razones humanitarias”. En Reino Unido existen supuestos de salud que permiten suspender o evitar un proceso cuando el cuadro médico supone un menoscabo relevante para el acusado de su estado de salud. Pinochet ya venía monitoreado por médicos dentro del propio procedimiento. Sus primeros informes decían, en esencia, que “estaba viejo pero estaba bien”. Cuando el gobierno británico aceptó explorar esa salida, se cambió el equipo médico, se hicieron nuevas pruebas y se construyó un informe clínico de riesgo más sólido. Con esa base, el Ministerio del Interior británico pudo invocar razones humanitarias y abrir el camino para su liberación y regreso".
-¿Y Belmarsh? ¿Qué pasó exactamente en esa audiencia?
-Fue la única vez en todo el proceso en que Pinochet se sentó frente a un juez, en el banco de los acusados. La audiencia fue en Belmarsh, un tribunal a las afueras de Londres, con alta seguridad. Tenía que estar presente, escuchar la lectura de cargos y dejar constancia de que los entendía. No hablaba inglés, así que siempre hubo una traductora en sala. La policía había contratado a una intérprete y todo el trámite fue en inglés con traducción consecutiva. Pinochet se declaró inocente y, además, desconoció la competencia: dijo que no reconocía a esos “piratas españoles” para juzgarlo. No hay imágenes de video de esa audiencia —solo bocetos de los dibujantes judiciales—, pero fue un momento clave: por primera vez oyó, uno por uno, los cargos formales que se le imputaban.
Después de Belmarsh, el proceso continuó en Londres entre la discusión por la extradición y la eventual salida humanitaria. El tribunal de Bow Street (que llevaba la extradición) resolvió remitir el expediente a Home Secretary para que decidiera si debía interrumpirse el proceso por razones humanitarias. El Home Secretary Jack Straw decidió poner fin a la extradición por razones humanitarias el 2 de marzo de 2000. Ese mismo día, Pinochet abordó un avión de la Fuerza Aérea de Chile y partió rumbo a Chile. Aterrizó en Santiago el 3 de marzo de 2000.
-Siempre se dijo que Inglaterra “le devolvió favores” por la guerra de Malvinas, ¿pesó eso?
-No, no lo creo así. Pesó menos de lo que se cree. La salida se construye por la vía humanitaria para evitar riesgos, en el cálculo político, Inglaterra no ganaba mucho porque la extradición podía alargarse y enredaba la relación con Chile que era buena.
-¿Qué pasaba en Chile mientras esperaba la decisión de la justicia británica?
-Había una derecha en Chile que antes de que pasara todo esto, había intentado alejarse de la imagen de Pinochet, “despinochetizarse”. Pero con el arresto en Londres volvió a cerrar filas y aparecieron gestos pintorescos, sin efecto real en la causa: por ejemplo, un alcalde -militar y exedecán de Pinochet- decidió no retirar la basura de las oficinas de España e Inglaterra en su comuna; también hubo pequeñas protestas de señoras frente a la embajada. Ridículas, sí, y estériles. Lo que sí tuvo más movimiento fue la Fundación Pinochet: recaudó fondos entre empresarios y financió viajes a Europa para montar apoyos y manifestaciones allí, una suerte de “barra brava” pinochetista en Londres.
-¿Cómo fue la llegada de Pinochet?
-En ese momento, una de las preocupaciones era que en Chile había ganado las elecciones Ricardo Lagos, un socialista que era odiado por Pinochet y el cambio de mando era el 11 de marzo de 2000 y el temor de Lagos era que Pinochet llegara en el cambio de mando porque era senador y quería que llegara después... era como que todo pasaba en un mundo paralelo. Por otro lado, Frei quería atribuirse el logro y quería que regresara antes, durante su gobierno. Cuesta hoy entenderlo, pero estaba esa tensión. Llegó el 3 de marzo.
-¿Y su llegada sorprendió a todos?
-Fue la última gran escena de esta historia. El gobierno había impulsado la vía de las “razones humanitarias” y por eso, había instruido -a los abogados y, sobre todo, al Ejército- un recibimiento de bajo perfil: el señor estaba enfermo, casi un anciano moribundo; ese era el relato médico que se había construido. Lo trajeron en un avión del ejército para evitar riesgos, en un vuelo comercial, la bandera, podía reactivar otra detención. Pero el aterrizaje pareció calcado de una película bélica: generales formados, familia, banda militar. Pinochet baja en silla de ruedas y, de pronto, se pone de pie, alza el bastón y levanta el brazo como diciendo: “Gané”. Recuerdo que vi su llegada con Mónica en un bar en Londres y en la televisión estaban transmitiendo en directo la llegada, todos en el lugar estaban mirando la llegada -era noticia uno en Inglaterra, España y Chile, como un partido de fútbol- y cuando vemos que Pinochet se para, deja la silla, los ingleses que estaban en el bar se miraron y se rieron. Parecía como una farsa, un tongo, un papelón.
Pasado ese momento, Pinochet despareció de la escena pública: no volvió al Senado. Y después comienza el período que es juzgado por delitos de lesa humanidad y por corrupción, no hubo condena, pesó la demencia que había alegado en Londres. Y unos años después murió.
-¿Por qué creé que en Chile, a diferencia de Argentina que se realizó el Juicio a las Juntas, no hubo una reacción inmediata de la sociedad, sino que Pinochet seguía paseando por Europa?
-Porque Pinochet fue parte de la transición. En Argentina, la derrota en la guerra de Malvinas derrumbó el poder militar; en cambio, en Chile, el régimen se institucionalizó: duró 17 años, redactó una Constitución, creó un plebiscito que le dio salida política y, sobre todo, aseguró su propia protección. Cuando dejó la presidencia, siguió como comandante en jefe del Ejército, y luego fue senador vitalicio. Esa transición venía con Pinochet en el paquete. Recién después de su regreso de Londres y su salida del Senado, ese blindaje empezó a resquebrajarse. Él ya no era el mismo y Chile tampoco. Entonces surgieron las primeras investigaciones reales en Chile. Aunque murió sin condena.
La primera edición de Augusto Pinochet: 503 días atrapado en Londres se publicó en el año 2000, apenas unos meses después del regreso de Pinochet a Chile. Años después, cuando se cumplieron dos décadas de su detención, apareció una segunda edición ampliada, con las causas judiciales abiertas, las investigaciones por corrupción y, finalmente, la muerte de Pinochet, que cerró el último acto de una historia que había comenzado en la habitación de una clínica en Londres.
El “caso Pinochet” ayudó a afianzar la idea de jurisdicción universal: los tribunales de un país pueden investigar crímenes gravísimos —como la tortura o desapariciones de personas— aun si ocurrieron fuera de sus fronteras. Para Amnistía Internacional, la detención del dictador fue un hito que “cambió el significado de la justicia”.