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Reseña: Diario de los chapuzones, de Carlos Ríos

Ya no se sabe a qué clase de milagro, diablura genética o vocación suicida atribuirle el hecho de que en la Argentina continúen surgiendo de debajo de las piedras –aun en las actuales circuns...

Ya no se sabe a qué clase de milagro, diablura genética o vocación suicida atribuirle el hecho de que en la Argentina continúen surgiendo de debajo de las piedras –aun en las actuales circunstancias– sellos editoriales de toda clase. Es el caso de Bosque Energético, que ha decidido concentrarse en ese formato de algún modo riguroso, pero también híbrido que suele denominarse diario íntimo.

Entre otros han aparecido en su catálogo volúmenes escritos por Santiago Loza, I Acevedo o Leopoldo Brizuela (este último, póstumo, tan brutal como extraordinario, sobre sus años de juventud y nucleado en torno a la figura del padre y su ausencia), y aunque la premisa inevitablemente fuerce determinados mecanismos como el carácter retrospectivo de algunos textos, lo cierto es que antes que nada el formato de diario se convierte en una plataforma para que la escritura encuentre una respiración nueva.

El novelista Carlos Ríos (1967) elige en Diario de los chapuzones un hilo conductor que se impone como un mito de origen debido a su lugar de nacimiento –el balneario de Santa Teresita–, y a partir de él boceta una suerte de diario de viaje que toma algunos episodios aislados y se potencia en los años más recientes; ese estribillo o elemento aglutinador es el chapuzón, la forma metonímica de su relación con el mar, o más bien, de su materialización en él. Existen siete maneras básicas de darse un chapuzón, propone el autor en algún pasaje del libro, desde “dar como un saltito ni bien llega la ola” a “la de los pibes que chocan contra las olas como si quisieran destrozarlas“; de “darle la espalda a las olas como un reaseguro de estabilidad” a la práctica que él prefiere, y que no es otra que “los chapuzones clásicos de entrada y salida”.

Pero en ese ir y venir, en ese entrar y salir de la escena vertiginosa que le propone el mar, se cuela no solo el pensamiento sino también el destello de la experiencia, y así su rumor o su posibilidad futura: “El pensamiento es un cangrejo que ejercita su pinza con cualquier elemento que se le acerque”. Aquí el mar, está dicho, lo abraza y le rehúye por igual.

El de Ríos es un diario particular, dado que está escrito en tercera persona y desde esa perspectiva, entonces, lo confesional se amortigua en la distancia o la extrañeza.

Pese a que con el correr de las páginas el leit motiv del libro –acompañado de su otro fetiche: “hacer la plancha”– se torna algo monótono, la pluma de Ríos es siempre concisa y a la vez poética. Su destreza para moverse con comodidad en una tonalidad bien amplia, lo mantiene a flote, permitiendo el abordaje de una consciencia que, como sucede con todos los buenos escritores, se halla siempre en diálogo consigo misma.

Diario de los chapuzones

Por Carlos Ríos

Bosque Energético

141 páginas, $ 19.900

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/resena-diario-de-los-chapuzones-de-carlos-rios-nid24052025/

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