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“Sí, quiero”: Camila aceptó una oportunidad y hoy es la primera de la familia en tener trabajo en blanco y estudiar en la universidad

“Quiero ver y ser parte de cómo se mueve el mundo”, deseó, a sus 20 años, Camila Lencina Hernández. Por ese entonces, había terminado la secundaria y embolsaba prendas en un local de ropa ...

“Quiero ver y ser parte de cómo se mueve el mundo”, deseó, a sus 20 años, Camila Lencina Hernández. Por ese entonces, había terminado la secundaria y embolsaba prendas en un local de ropa para ayudar en la economía familiar. Los ingresos de su madre como empleada informal en casas de familia no eran suficientes y el emprendimiento de panadería de su padre solo cubría el día a día.

En el barrio popular de San José, en Almirante Brown, al sur del conurbano, donde vivían, no pasaba mucho. En su niñez y adolescencia, si no estaba en el colegio, estaba en su casa o pasaba el tiempo con otros chicos y chicas en la única calle asfaltada de la zona. Apenas oscurecía, volvían a su hogar, por una cuestión de seguridad y porque el barrio simplemente se apagaba.

Camila quiso ser parte de algo más grande cuando vio un documental que mostraba cómo se movía el mundo gracias al comercio internacional. Allí se se describía cómo millones de personas de diferentes países conforman una red para intercambiar por tierra, aire y mar alimentos, tecnología e insumos en monumentales centros de logística. Se maravilló.

luego averiguó que para saber cómo se movía ese mundo tenía que estudiar en una universidad privada y eso implicaba invertir una gran suma de dinero. “Imposible. ¿Quién puede pagar toda esa plata?”, se preguntó. Ante ese obstáculo se desmoronó un poco, pero no perdió la ilusión.

Su plan fue buscar un buen trabajo y cerca de los 22, después de trabajar en un clínica en el impasse de la pandemia de coronavirus, embarcada en capacitarse para aumentar sus posibilidades, le llegó por Instagram una publicidad de Fundación Empujar. Aseguraba que, de manera gratuita, ayudaban a jóvenes de bajos recursos a tener su primer trabajo formal.

“Pensé: ’Esto debe ser una estafa, nadie te ayuda de esa manera, voy a ir y me voy a encontrar con un descampado’. Pero preferí confiar y me anoté. Mi objetivo era estudiar comercio internacional”, dice a LA NACION Camila, hoy de 24 años.

La joven se ríe cuando recuerda lo desconfiada que fue. Y cada vez que dice “comercio internacional” su voz suena a pura sonrisa. Para ella, esa palabra compuesta es la llave a un mundo nuevo y maravilloso.

Oportunidades para pocos

En Argentina, solo 3 de cada 100 jóvenes de 18 a 24 años de hogares muy pobres logra tener un empleo en blanco, según reveló una investigación de LA NACION en base a un análisis del Observatorio de la Deuda Social de la UCA.

Conseguir un trabajo formal puede cambiar el rumbo de la vida de esas chicas y chicos, pero tienen 10 veces menos chances de acceder al mercado laboral registrado que quienes pertenecen a un sector medio alto. Aumentar esas posibilidades es el objetivo de la Fundación Empujar, a la que accedió Camilia.

“Todo surgió como una idea de un grupo de empresarios que quisimos aportar nuestro expertise, nuestro granito de arena para que los jóvenes accedan a ese primer empleo formal que les cambia la vida, que es el inicio de su autonomía y de la posibilidad de proyectarse con responsabilidad”, cuenta Germán Lojk, director ejecutivo de Empujar.

Con más de 10 años de experiencia, Empujar ya capacitó a unos 1720 jóvenes en colaboración con 460 empresas y el apoyo de 1650 voluntarios. Para 2024, esa red logró el acceso a más de 540 empleos formales y alcanzó una tasa de empleabilidad del 72%. De los que consiguieron trabajo, el 56% tiene uno formal.

Lojk explica que las capacitaciones se realizan en 18 empresas que funcionan como sedes y que están en la ciudad y la provincia de Buenos Aires. “Creemos en la localía para asegurar la empleabilidad porque a veces las distancias le complican el día a día a los chicos”.

Camila se capacitó en una empresa de Avellaneda, a 45 minutos de su casa. Además de los conocimientos teóricos, debía cumplir con tareas prácticas. “Uno de los trabajos era idear un juego para jóvenes. Con mi grupo propusimos que fuera uno de cartas con desafíos. Como yo siempre dibujé y en algún momento había querido ser diseñadora gráfica, me entusiasmé con el diseño del prototipo. Mi mamá veía todo lo que hacía y me decía: ‘Te están robando las ideas, no confíes, es una estafa’”, cuenta la joven y se ríe.

“Yo le decía:’Ma, es gratis’ y me sentía tan feliz, tan parte de algo, que solo quería esforzarme y aprender de todos”, explica.

Cuando egresan de las capacitaciones, los datos de los chicos ingresan a una bolsa de trabajo en la que se publican las búsquedas que surgen entre las empresas asociadas.

Al principio Camila no tuvo suerte. Se postulaba, pero no la llamaban.

Un día, Camila vio que en el sitio de Empujar, al que se asomaba todos los días, se anunciaban unas becas para estudiar la tecnicatura de comercio internacional en la Fundación ICBC. Estalló de felicidad.

“Era mi oportunidad. Me anoté, me preparé, me hicieron dos entrevistas y cuando me llamaron diciéndome que había quedado salté de alegría”, dice.

“Todas las materias son interesantes. Tanto las técnicas como las más operativas. En este rubro el tiempo es oro en serio. Si no funciona una balanza hay que arreglarla inmediatamente porque hay mercaderías, como los alimentos perecederos, que no pueden esperar. Solo eso hace que se movilicen cientos de personas. Me encanta pensar en esa adrenalina”, dice con entusiasmo.

Cómo se mueve el mundo

“Las empresas encuentran que emplear chicos de sectores vulnerables aumenta su operatividad, ya que no le temen a los desafíos y los problemas porque los han enfrentado toda la vida. Además hay un clima laboral solidario porque los empleados, desde los más nuevos a los más antiguos, se prestan a ser los guías de esos chicos”, dice Lojk.

Este año quieren sumar más empresas y llegar a los 700 empleos. El director de la organización cree que la única manera de que haya una real movilidad social, es que las empresas le den oportunidades laborales a esos jóvenes.

A los pocos meses de ingresar en la carrera, Camila recibió una propuesta ideal. Quien era su tutora, y ya que hay un seguimiento constante de los egresados, le ofreció un puesto de ayudante de despachante en una empresa de comercio exterior.

“Pegué un grito de alegría. Le dije: ‘Sí, quiero’, como si fuera a casarme. Fue como mi regalo de Navidad porque fue en diciembre”, dice la joven, que ya lleva dos años en la carrera y en la empresa.

“Trabajo y estudio en el centro de la ciudad de Buenos Aires, cerca de Puerto Madero, veo todos los días el Obelisco, la Casa Rosada. Y la vida acá no para. La primera vez que salí con mis amigas a la noche, me dije: ‘Esto es tan diferente a mi barrio’”, dice.

Camila asegura que su vida cambió. Es la primera de su familia en tener un trabajo en blanco y será la primera en tener estudios de grado. Todos están orgullosos. Con sus primeros sueldos se compró ropa para ir a trabajar, zapatos, un celular para su papá y una máquina de coser para su mamá. “Estamos pensando en un emprendimiento para que deje su trabajo en casas de familia”, explica.

En esa enumeración de cambios, se detiene y recuerda: “La primera vez que fui a un supermercado después de mi primer sueldo. Fue toda una experiencia. Me di cuenta de que podía comprar no solo fideos o arroz, mercadería de subsistencia. Me podía dar gustos: comprarme unas obleas, un chocolate y preguntarle a mis padres: ‘Pa, ma, ¿qué les gustaría comer que no comieron nunca?’”.

Cuando habla de su futuro se ve “como una mujer próspera, confiada y valiente”. Planea con sus amigos crear una fundación de ayuda para niños con escasos recursos.

Hace un mes, Camila se mudó a Capital. Alquila una pieza en Monserrat para estar más cerca del trabajo y del estudio. Se le dificulta costear un departamento. “Más adelante voy a ahorrar para poder pagar una garantía… ahora quiero viajar a República Dominicana, donde tengo amistades. Va a ser la primera vez que me subo a un avión. Lo más lejos que viajé fue, en micro, a Chaco con mi familia. Y de vacaciones, fui a Chapadmalal y Tandil con el colegio”, cuenta casi sin respirar y habla de la playas que conocerá, las costumbres, la cultura.

“Sé que lo que logro es porque me esfuerzo, pero también porque me dieron una oportunidad y la tomé con mucha ilusión. Pasé de tener una vida como en suspenso a estar cumpliendo mi sueño de estudiar, trabajar y ver cómo se mueve el mundo”, dice Camila con una voz que es pura sonrisa.

Más información

Fundación Empujar es una red de empresas que trabaja para la inserción laboral de jóvenes vulnerables.

Si querés más información, entrá acáSi querés postularse como alumno, entrá acá Si querés hacer una donación, entrá acá¿Querés ofrecer una oportunidad de empleo?

Si trabajás en recursos humanos, tenés un comercio o sos emprendedor o empresario, podés emplear a un joven egresado de Empujar y escribir a empleos@fundacionempujar.org

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/comunidad/si-quiero-camila-acepto-una-oportunidad-y-hoy-es-la-primera-de-la-familia-en-tener-trabajo-en-blanco-nid16102025/

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