Reseña: La casa de verano, de Masahi Matsuie
El narrador de La casa de verano es un joven arquitecto japonés que vive un verano en un estudio en las montañas. Tiene sentido que el libro descanse sobre descripciones detalladas de naturaleza,...
El narrador de La casa de verano es un joven arquitecto japonés que vive un verano en un estudio en las montañas. Tiene sentido que el libro descanse sobre descripciones detalladas de naturaleza, planos, casas, maquetas y edificios, es decir, los instrumentos, escenarios y resultados de la arquitectura. Para el narrador Sakanishi-san, y para Murai-san, su maestro, discípulo de Frank Lloyd Wright, toda construcción debe integrarse al paisaje y a la vida de los que la usen. La interacción entre la humanidad, el planeta y la construcción es el centro de la novela y el autor la construye con la delicadeza de algunas pinturas japonesas.
Masashi Matsuie (Tokio, 1958) cuenta en una prosa de pinceladas invisibles que consigue que los lectores se sientan físicamente frente a lo que él describe con palabras. La magia del libro es que esas descripciones cuentan una historia, son también narración. Y los lugares respiran, tienen vida propia: por ejemplo, cuando Sakanishi visita la iglesia construida por Murai, la ve como “un gato dormido”. Con esa riqueza casi infinita, se relata la preparación del proyecto de Biblioteca Contemporánea de Tokio, que ocupa al estudio de Murai durante todo el relato.
Murai transmite a sus empleados una visión reflexiva y aguda de la tarea y del mundo. Piensa como un ser humano que nunca pierde de vista la naturaleza. Muy cerca de la casa de verano, el estudio que él mismo diseñó, hay un volcán en actividad, una montaña que es belleza y amenaza. Nada es una sola cosa, todo es plural. Los pájaros, las flores, los campos y árboles de la zona son parte de los amores, deseos y miedos de quienes viven en esa casa. Y lo que diseñan los arquitectos está unido al pasado (incluso a la historia de Japón y del mundo) y también al futuro (al fin y al cabo, los planos son representaciones de un futuro posible).
“La arquitectura no es un arte. Es la realidad misma”, se dice en un momento. Y la mirada del autor sobre una refleja a la otra. La realidad nunca es simple: por ejemplo, uno de los espacios planificados para la Biblioteca es un hexágono cuyos ángulos rozan un círculo: un hexágono que es círculo y viceversa, y que se adapta mejor a la Biblioteca soñada por Murai que cualquiera de esas dos figuras geométricas por separado.
Matsuie pinta en su propio tono: “La arquitectura del profesor es algo que te envuelve en voz baja”, se dice. Hay melancolía en ese tono porque los edificios solo “tienen vida después de construidos”, cuando ya no son del arquitecto. Lo que se cuenta en La casa de verano es la vida humana en el planeta; y el autor la retrata a través de la arquitectura y la literatura, el dibujo y la palabra, dos artes diferentes que saben que nunca podrán abarcar el tema por completo, pero lo siguen intentando.
La casa de verano
Por Masashi Matsuie
Traducción: Lourdes Porta
Libros del Asteroide
400 páginas
$ 42.500
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/ideas/resena-la-casa-de-verano-de-masahi-matsuie-nid25102025/